lunes, 25 de enero de 2010

La Alhambra en llamas

"¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son.
"
Pedro Calderón de la Barca


Me he despertado hace un par de horas tras sufrir (o disfrutar, quién sabe) del sueño más alegórico y metafísico de mi vida. Hacía mucho, muchísimo tiempo que yo no “sentía” mientras soñaba. Hoy, los acontecimientos vividos en el sueño han tenido repercusiones físicas. Lo que voy a contar supone un punto de inflexión en mi vida a varios niveles. Quizás a alguno le parezca una tontería tomar como punto de inflexión un sueño; a lo mejor, si tiene paciencia como para leerlo todo, termine dándome la razón.

Toda la historia se narra en formato de primera persona, como un videojuego del género shooter de pistola en mano. Los videojuegos tienen mucha importancia en mi vida, lo sé; quizá demasiada. El caso es que me voy. Voy andando con mi mochila, me acabo de despedir de mi gente. No tengo la menor idea de a dónde se dirige mi personaje.




Bien, hagamos una pequeña distinción. “YO” soy yo, Edén, la persona, el que está soñando. Mi personaje también soy yo, pero este “yo” no es la persona física, sino el que está viviendo el sueño. Es importante porque a veces sentimos cosas distintas.

Sigamos. Andando por una zona rara, como con mucha gente, casetas de las que ponen las inmobiliarias a los lados, cables de tensión,... aparece la policía. Yo sigo a mi royo, no quiero problemas. Pero voy llorando. Entonces un antidisturbios se lanza a por mí y me golpea, con lo que entro en cólera y empiezo a gritarle y pegarle. Tenía una fuerza desmesurada, pero lo raro es que mientras yo hinchaba a palos al picoleto, mis lágrimas iban cayendo sobre él. YO no me enteraba mu bien de qué iba la historia. Entonces dije “esto por mi padre, cabrón, pa que sepas lo que sintió cuando lo matasteis a hostias!!”.

Como diría mi amigo David, “ARREA”. Se ve que esta gente había matado a mi padre a hostia limpia, supongo que al pillarlo tal cual me habían pillado a mí. Entonces me doy cuenta y el picoleto está sangrando y no se mueve. Además, en mi mano derecha hay una piedra. Mal asunto. Me levanto y echo a correr. Subo por un montículo, salto al techo de una caseta y me dejo caer por detrás en mitad de la estampida de gente que huye de la policía. En la caída me hago daño y aparecen dos personas para asistirme. Uno de ellos me sujeta bien y el otro saca una especie de jeringuilla. La acababa de ver jugando al Battlefield, así como un tubo con un botón en un extremo y un aguijón en el otro. El colega me lo inyecta y me siento mejor; pero le queda la mitad a la inyección. Entonces gira algo, me vuelve a pinchar y me inyecta el resto. Ahora me siento regular. En ese momento empecé a sentir un nudo en el pecho que duraría hasta el final del sueño. Me queda la duda de si fue la inyección o los dos litros de cerveza que nos habíamos pimplao David y yo antes de acostarme.

Bueno, el par de colegas estos, que evidentemente no iban con buenas intenciones, saca un desfibrilador portátil, me conectan los electrodos, lo cargan y lo disparan. Claro, se me para el corazón; pero yo seguía viendo, que pa eso es un videojuego. Entonces desconectan el desfibrilador de la batería y se van.

Un colega que pasa por ahí coge el desfibrilador y lo mira, pone que hay actividad eléctrica en el corazón, y también pone “conectar a una fuente de corriente alterna”. El tío, mu apañao, lo conecta a la salida de corriente de la caseta de la inmobiliaria, pulsa el botón rojo y vuelvo a la vida.

Ahora, sin embargo, hay novedades. En pantalla salen dos medidores: mi corazón, sus pulsaciones y demás, y un marcador que está en 15. Debajo pone “Nivel de quinina en sangre”. Entonces empiezo a pillar por dónde van los tiros... ayer mismo estuve buscando por internet cómo comprar tónica Fever-Tree en Alemania para los Gyntonic. La tónica Fever-Tree tiene quinina natural. Apliqué eso al juego que había estado jugando y resultó que la tal quinina era imprescindible en mi sangre. Sin embargo, para cuando quise darme cuenta, el marcador ponía 14.

La inyección que me había puesto el “asistente” bajaba el nivel de quinina progresivamente, y tenía que inyectármela para sobrevivir. En el maletín que se habían dejado había una jeringa con tres dosis. La cogí y salí de ahí por patas después de que me intentasen matar de esa manera tan malaje.

Ahora empieza la parte más alegórica del sueño, una vez pasada la acción. Me doy cuenta de que la quinina va bajando y que esas tres dosis no me van a dar para mucho, así que decido ir a buscar ayuda.

De pronto todo es muy verde. Había una mezcla entre Versalles, el Retiro madrileño y un palacete que hay en Düsseldorf. Había gente todavía conmocionada por lo de la policía, pero yo iba a lo mío. Finalmente llego a una plaza con una iglesia donde se está celebrando una comunión y veo a mi madre, mis tíos y mis abuelos. Todos se asustan, me preguntan que qué ha pasado y tal. Yo me despido de ellos porque tengo que resolver asuntos y les pido que busquen quinina y me llamen si encuentran algo. YO empecé a sentirme mosca, el sueño era demasiado estúpido. Claro, es que faltaba lo bueno.

En mitad de mi búsqueda encuentro unos bloques de pisos militares abandonados. Entro y busco por todos los pisos, pero nadie guarda inyecciones de quinina en su casa. ¿Y estos bloques militares a qué vienen?

Salgo de allí, el medidor está bajísimo. Se ve que correr, subir escaleras y demás, al hacer que me suban las pulsaciones, hace que me baje la quinina más rápido. Decido usar una dosis para seguir con fuerzas, porque lo cierto es que estaba agotado. Lo siguiente que veo son otros bloques de pisos, pero estos son de color anaranjado. Subo y también están abandonados, además parece como si la gente hubiese escapado de algo. En uno de ellos salgo al balcón y me encuentro una tortuga muerta sobre la mesa, con moscas y hormigas alrededor. Desde el balcón se ve el mar e incluso se escucha las olas. Mirando a la izquierda se ve un peñón que corta la playa como un enorme cuchillo de piedra.

Salgo de estos pisos que no me han dado buena espina y sigo. Lo siguiente que encuentro es una plaza donde los niños están jugando con bicis y balones de fútbol. Son dos bloques de pisos de ladrillo visto, amarillento, del estilo de los militares donde yo vivía en Jerez de la Frontera... y entonces me vino un escalofrío, pero no al personaje; a mí. El chaval del triciclo era yo. Jugaba con mis viejos amigos de Jerez, pero hablábamos de la vida como si ya estuviésemos cansados de ella. Teníamos el tamaño de unos chavales de 5 años y la conversación de unos adultos de 45. ¿A dónde me estás llevando, subconsciente? Ya faltaba menos para descubrir el final que me tenía preparado mi propia maquinaria de los sueños.

Cansado de buscar, muy cansado, empiezo a ver borroso y uso la segunda dosis. Sólo queda una y el tiempo se acaba. Entonces aparece una figura oscura. Me fijo bien y lleva una túnica negra. Me fijo mejor y lleva un sombrero muy particular. Era la indumentaria clásica de rector de la universidad, pero este no tenía cara. Me persigue y cada vez se hace más y más grande. YO, indefenso en mi cama del IKEA, me empiezo a agobiar y con razón. El rector satánico me alcanza, me tira al suelo y me roba la última dosis, toma la jeringa con las dos manos y la parte delante de mí, al tiempo que estalla en carcajadas y se aleja.

Me quedan 13 puntos de quinina y ninguna inyección. Entonces me levanto, tranquilo, sin prisas, y miro alrededor. Estoy en un barrio granadino pero me siento lejos de casa. Noto que he perdido la esperanza de encontrar una solución, mi sangre se queda sin quinina y no hay forma de evitarlo. Entonces decido que tengo aún cosas por arreglar y, como tengo poco tiempo, cojo el móvil y marco un número.

Contesta una voz adulta, masculina, con acento granadino de la costa. Dice “qué tal, hermano, ¿cómo vas?, ¡cuánto tiempo sin saber de ti!”. Me dice que sigue trabajando en el pub, que además ha encontrado un buen trabajo de ingeniero técnico y que se va a casar pronto. Me alegro mucho, se me salta una lágrima y me despido de él.

Después llamo a otra persona. Contesta en italiano con mucha guasa. Me grita “Puuuuuuta!!” y me cuenta que las cosas van genial, que está trabajando como arquitecto en Roma. Le deseo toda la suerte del mundo y cuelgo.

Penúltima persona. Ahora me tiemblan los dedos al marcar. Además, empiezo a ver borroso. 5 puntos de quinina restantes. Responde una voz femenina algo menos ilusionada que las voces anteriores. Aún así, me llama “cipotillo” y eso me alegra. Ahí es cuando empecé a removerme en las sábanas y a sentirme extremadamente incómodo y agobiado. 4 puntos de quinina. Le digo que lo siento, de corazón, que no sé por qué he sido tan capullo. Que le quiero muchísimo, que me ha dado el cariño más sincero, puro e incondicional del mundo y que no lo olvidaré. Que le de recuerdos al pariente, que también es un cacho de pan de los grandes.

Ya no tiene gracia el sueño. Al principio parecía una aventura hacia lo absurdo, mientras que ahora parece una desventura hacia mis preocupaciones y agobios más internos y personales. Todo cuadraba, por fin. Además, los sueños son así de puñeteros, así que me hace un resumen de lo vivido para que yo me de cuenta de lo que ha pasado.

Nada más empezar, me entero de que han matado a mi padre. Todo lo que se desencadena después se debe a que mato al policía responsable a pedradas. Primera preocupación: la salud de mi padre.

Después comienza la búsqueda de algo. Veo a la familia al completo en la plaza y me despido de ellos. ¡Yo ya sabía que no iba a volver a verlos! Después entro en unos bloques militares, los pisos donde viví en Utrera, Sevilla. Más tarde, entro en otros anaranjados. Desde el balcón se ve el mar y se escuchan las olas, además de verse el peñón. Son los bloques de Carchuna, aunque el sonido de las olas y el peñón son una referencia a Calahonda. La tortuga muerta es mi tortuga Twister, la tenía en Utrera y se nos mató tirándose por el balcón. La encontramos mi hermana y yo agonizando, rodeada de hormigas.

Después aparezco en la barriada militar de Jerez de la Frontera. Los niños hablando de la vida representan ese miedo al paso del tiempo que tanto me afecta. Esos amigos han quedado atrás y son irrecuperables, esos años pasaron y así es la vida. Lo último alegórico es el rector rompiendo mi última dosis, representación del agobio al que me ha sometido la universidad desde que empecé.

Finalmente, decido hacer las llamadas. Llamo primero a Jesús, mi hermano. Después llamo a Alvarito, mi mejor amigo, que sigue en Roma. Por último llamo a Martita. Tengo cosas que arreglar con ella y lo he dejado, y dejado, y post-puesto... me decía a mí mismo “bah, ya lo arreglaremos, total...” y el sueño me ha puesto en mi sitio. Me ha dicho “ahora o nunca”. Se me escapaba la vida y no había más opción que afrontarlo y aceptarlo, así que hago esa tercera llamada, la cual termina con lágrimas en los ojos.

Al final, con dos puntos de quinina, me siento en un banco de una plaza. Mi hermana está con el coche, cerca. Otra de mis preocupaciones: el hecho de que mi hermana me haya robado el coche. Decido llamar a mi madre antes de que todo acabe. Ella está orgullosa, dice que no tenga miedo, que voy a reencontrarme con mi padre. Esto se pone feo, empiezo a llorar en serio y mi hermana me “tranquiliza”: me dice que no me apure, que el viaje va a ser fácil. Dice que no me preocupe por lidiar con San Pedro, ni siquiera que tema al Infierno por las fechorías que he hecho en vida. Me asegura que no he de temerlo porque no existe. La historia termina aquí y después, Edén, después no hay nada.

1 punto de quinina. La Alhambra arde en llamas ante mis ojos y en el humo se dibujan las imágenes de mi vida. Todo el sueño había sido eso: una sucesión de imágenes de mi vida que me llevaban a la muerte. Con la quinina a punto de agotarse me llegan mis últimos pensamientos y un agobio de órdago. No quepo en la cama, tengo miedo, carajo, un miedo terrible. El sueño, por su naturaleza, me ha puesto en la posición de saber que voy a morir. A lo largo del sueño no hay problema con este asunto, pero cuando ya estoy cerca y puedo palparlo... entonces siento ese agobio indescriptible.

Todo termina. No queda quinina y las llamas que consumían la Alhambra se apagan como las velas de una tarta. En el humo busco a Dios y le pregunto “¿por qué quieres esto para mí?”. Entonces miro los últimos restos del humo del castillo colorao y, viendo las diapositivas de mi vida, me digo a mí mismo: “qué golfo has sido, canalla; y qué cobarde”.



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viernes, 22 de enero de 2010

Me dijo un amigo mío

"Es parentesco sin sangre una amistad verdadera."
Pedro Calderón de la Barca


Eso decía Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño, por fortuna más conocido como "Calderón". Y yo me fío. Pa no fiarse de alguien capaz de escribir "La vida es sueño", "Casa con dos puertas mala es de guardar", "El alcalde de Zalamea" y "El médico de su honra" por nombrar solo cuatro obras.

La amistad es una relación interpersonal muy simple, aunque compleja de explicar. He escuchado muchas veces decir "La amistad es difícil de encontrar y fácil de perder". El que dijo eso no conoce mi concepto de amistad. Y si lo conoce, no lo comparte. La suya es "otra" amistad. ¿Y la mía? la mía es la mía, muy particular. Aunque se parece a la de algunos de mis más admirados artistas. Uno de ellos es un frecuente de estas páginas: Juan Carlos Aragón.



Ahora que mi vida está cruzando desde el Empire State Building hasta el edificio Chrysler sobre un cable a la pata coja (para la gente más de casa, como cruzar de la Torre de Comares al Hotel Nazaríes, algo así), en este momento se mira uno dentro y busca y rebusca en sus entrañas. Quedan pocas cosas a las que agarrarse, muy pocas.

Una es la familia, que por suerte en mi caso es fiel e incondional. No me ha fallado nunca, es increíble, en 23 años pa 24 no tengo una sola queja. Me han querido, me han apoyado, me han "metío en verea", me han hecho sentir mal cuando era necesario. Una mirada era suficiente para sentir la pena más honda que existe en esta vida: decepcionar a tu padre. En estos casi 24 años, me ha puesto la mano encima una vez. Una sola vez, con todas las que he merecido. Y ni siquier fue encima, que fue de refilón. El resto han sido miradas y palabras o, mejor dicho, ausencia de miradas y silencios. Sí, eso sería más exacto. Así he aprendido a admirarle y a querer ser como él a pesar de que mi personalidad me lo impide. Soy un golfo y golfo me moriré, mientras que él es lo más responsable del mundo. Yo soy un vago; él es un tío tremendamente sacrificao. Y así hasta el infinito y más allá. Tenemos tantas diferencias entre nosotros como puntos en común y supongo que es por eso por lo que a día de hoy, no quiero ser él; pero quiero parecerme a él lo máximo posible.

Otra cosa a la que agarrarse es el amor; pero de eso no tenemos ahora mismo, está agotado y no sabemos cuándo nos van a entrar de nuevo. Los distribuidores son unos impresentables, de verdad. Por más que te firmen contratos y se comprometan, al final siempre te fallan. El amor es pa la gente que sabe querer, dejarse querer y ser querida; y a mí me fallan las tres.

Se me ocurren otras muchas cosas, aunque podrían entrar todas en el mismo grupo: las metas personales. Ya sean profesionales, artísticas, caprichosas,... todas son parecidas. A mí la que más me llena es la artística. Tengo muchos sueños artísticos y pocos o ninguno se cumplirá. Que mis amigos escuchen mis canciones, que las canten conmigo, que mi música emocione a la gente y les haga sentir lo que yo sentí al componerla. Escribir un repertorio de comparsa y defenderlo en el Falla. Son tantas cosas... mientras tanto, me conformo con escribir mis letras y componer mis musiquillas. No voy a cambiar el mundo ni la vida de nadie con esto, pero a mí me hace sentir bien.

La cuarta y última cosa a la que agarrarte es la amistad. Y la amistad es una puñetera maquinaria industrial cientos de veces más compleja que el amor. Eso cree mucha gente. Yo... en parte, pero sobre todo a la hora de explicarlo con palabras. Eso es normal, las sensaciones no se explican con palabras, se expresan con canciones que salen del alma y usan nuestra garganta como un cañón. Por eso no pienso hablar de la amistad, porque es muy difícil hablar de ella. Lo mejor de la amistad es vivirla, ya que es escasa. Los mejores amigos son los mayores tesoros, y esta frase no es mía. Es de Juan Carlos Aragón. Él, como yo, cierra su explicación tal cual la comenzó. Pues que hable él por mí.




"Un amigo es un amigo", me dijo un amigo mío.
Y era tan amigo mío y tanta amistad la nuestra
que no supe qué pensar pero le dije mu dolío
"un amigo de verdad no lo dice, lo demuestra".

Un amigo, amigo, no te dice
"un amigo está pa algo".
Un amigo, amigo, está contigo
en los momentos más amargos.

Un amigo, amigo de verdad,
no dice quiero ser tu amigo;
pero, si es tu amigo de verdad,
tu muerte la muere contigo.

La amistad es regalar
el corazón de un caballero
a un caballero... a un caballero.

Por eso los corazones
de los amigos cañones
son corazones de oro.

Oro por el que te digo
que los mejores amigos
son los mayores tesoros.

Y esos tesoros no tienen
reputaciones ni bienes,

ni huecos en los altares,
que los altares se adoran
a la semana una hora
y otra hora en los bares.

Por eso sé lo que digo:
na más que tengo un amigo
y es mi pare.



Saludos "amistosos" desde la cuenca del Ruhr, capital europea de la cultura 2010.



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viernes, 8 de enero de 2010

Carlos Cano

Entrevistador.- "Esta semana se han cumplido 25 años de muchas cosas. ¿Le gusta la Andalucía de hoy?"
Carlos Cano.- "A mí, lo que me gusta cada vez menos es el tipo de seres humanos que está dando esta sociedad. Hay más cosas, pero hay menos carácter y menos esencia. La utopía ha desaparecido como elemento de búsqueda y eso trae infelicidad. A mí no me gusta esta tierra ahora, donde la gente está, estamos, en un proceso de deterioro. Es un problema del mundo, no de Andalucía."
E.- "Y, en ese paisaje que pinta, ¿qué vale la pena?"
CC.- "Vale la pena seguir vivo, seguir luchando, aunque sea por uno mismo.

Yo me moriré vivo.
"

Este era Carlos Cano.

Hoy no voy a escribir ninguna biografía porque hay cientos por la red. Hoy voy a acercaros la figura de un hombre excepcional que parió nuestra tierra. Y, como de costumbre, no se le supo agradecer en su momento.

Me resulta indignante que los que más mostraran su cariño al coplero del pueblo andaluz fuesen los gaditanos. Es en cierto modo comprensible, ya que ellos tienen en los tanguillos y las coplas carnavaleras una constante social; pero no hay excusa. En Granada hemos sido siempre unos catetos y lo seguiremos siendo por mucho tiempo. Por eso no es de extrañar que los documentos que voy a exponer hoy vengan de dos gaditanos: Antonio Burgos y Antonio Martínez Ares.




Mi Carlos Cano, por Antonio Burgos

Por el río te fuiste, te fuiste por la sombra a la Caleta inmensa del color de la muerte, que se ha vuelto de plata de los duros antiguos. Llevadme a la Caleta, muchas veces dijiste. Y a estas piedras te traigo, memoria de mi pueblo, garganta de sus voces, corazón de sus hambres, ilusión de sus ojos, espejo de sus cielos, estribillo del alma, Carlos Cano Fernández, andaluz de una copla donde cabe la vida, donde cabe la muerte que proclama este viento de amores de utopía, donde cantan tu fado de raya portuguesa las marías viñeras del tango de la plaza y en el aire ya vemos aquella blanca y verde que nos quitó las penas, a duras penas siempre.

Me han dicho tus gaviotas de Alameda y de faro que el alba de este día tan triste de diciembre alumbró en los aguajes la alegría más triste, tiriritrán decían por Granada las nieves, tiritando de penas de estación de emigrante, la maleta que atabas con cuerdas de guitarra y el nombre que llevabas escrito en la libreta, Düsseldorf, Salustiano, el sol sólo nos queda, la luz que nos recuerda que La Habana está cerca, que el Malecón se llama como lo bautizaste, negritos con salero y son negras las teclas de un piano en Sevilla donde novias antiguas le escriben a embarcados las cartas que no llegan, que el bergantín naufraga con la luz de este día.

Mira, Carlos, las piedras, tus piedras caleteras. Sus nombres te sabías traspasando esta puerta, donde los marineros, en recacha del viento, a este azul hoy tan triste le llaman el celaje. Las piedras caleteras donde ahora te traigo me recuerdan tu vida, tu ilusión, tus poemas. Llegaste aquella tarde, autobús de La Alsina, la guitarra en la funda de cuadros escoceses, tu voz de libertades diciendo que a la calle, a proclamar la honra de sentir esta tierra y aventar abejorros, qué horror de clase media. Y las placas antiguas que tu madre escuchaba en radios de cretona, tricolor Chiclanera, y buscar las raíces en donde nada engaña, en la vida, que es pozo que llena muchos versos. Y La Habana tan cerca, no salsa, zarzamora. De allí llega este barco cargado de habaneras y Pericón tomando café de pucherete y un coro ya en la plaza proclamando la vida, no es canción, que es la copla, pues te sale del alma.

María es portuguesa, su dolor es de todos. Mari Cruz, maravilla, ha callado la fuente. Rocío no florece capullitos de patios. La dignidad que tienen para siempre las coplas se la dio con su temple de hombre de Granada este andaluz entero, corazón de su tiempo, el de pelos rizados, de camisa y guitarra, de escenario y proclama, de niño saharaui, de cubanito nuevo, del hijo al que enseñabas a andar por estas calles de cierros y azoteas, a ver venir los barcos en estos miradores, capitán imposible de goletas de sueños. Hoy Cádiz más que nunca se llama Carlos Cano.


Me ha contado la Alhambra, por Antonio Martínez Ares.




Me ha contado la Alhambra
que se ha ido pa siempre
envuelto en su bandera,
verde y blanca, blanca y verde.

Me cuentan que Platero
por su culpa se ha vuelto medio loco
y que las mojarritas
visten luto riguroso.

Que en la alacena de las monjas
se pudren los dulces de toronja
y los pasteles de leche frita.

Que por la muerte de un hermano
lloran los moros por un cristiano
de la Alcazaba a la Mezquita.

Que el viento entona un Padrenuestro
de Gibralfaro a Despeñaperros.

Que los campos de Jaen
solo saben rezar por él
cuando caen las aceitunas.

Que al otro lado del mar
cantan tangos de carnaval
los gaditanos de Cuba.

Que en Nueva York, rascando el cielo,
una habanera se clava.
Que, al fin y al cabo, ese pueblo
es provincia de Granada.

Que su copla viva está
recordando a la humanidad
la voz de los currelantes,
que está a la verita de Dios

componiendo melodías.
Se paró su corazón
y al mismo tiempo se paró
el de toda Andalucía.



Saludos desde Alemania; andaluces, más copleros que nunca.




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