lunes, 1 de diciembre de 2008

Infiel

El adulterio es justificable:
el alma necesita pocas cosas;
el cuerpo, muchas.

George Herbert.




Pues sí: he sido infiel. Tal cual lo digo. Yo que siempre renegué de los débiles, aquellos que se hacían llamar hombres y no tenían la hombría suficiente para respetar a lo más querido, cegados por el deseo momentáneo... sí, el mismo, hoy viene aquí a tragarse sus palabras una por una ante ustedes, incansables e incondicionales lectores de a bordo. Dejen que les cuente, dejen...


Un día me dijo una amiga "odio que la gente no pueda ser fiel de Erasmus..." y tenía más razón que una santa. No se puede, por más que se quiera no se puede. Estás en un sitio distinto, con gente nueva, con otro idioma, con mucha fiesta, con muchos "dulces" al alcance de la mano,... no te da tiempo a pensar. He visto auténticas torres inexpugnables caer como moscas. Los mayores paradigmas de la fidelidad han perdido absolutamente toda la credibilidad en esta mi experiencia Erasmus. Increíble; pero cierto. Algo se mete en la materia gris y se instala durante el tiempo que estás aquí. Es como un virus, un comando, alguien que en solitario acaba con todos tus cimientos morales. Repugnante a nivel humano, aunque normal y comprensible cuando miras a tu alrededor y ves cómo se comportan los demás. "El adulterio es justificable: el alma necesita pocas cosas; el cuerpo, muchas.", frase que no viene a ser más que un "mal de muchos, consuelo de tontos" cualquiera; pero oye, funciona.

Todo esto viene porque, a lo largo de tu vida, las situaciones de infidelidad se repiten una vez tras otra. Lo ves en pelis, en series, en la vida real,... es siempre un trago duro para el engañado y un dulce amargo para el infiel. Bueno, no siempre. Pero al ver tantos ejemplos, uno se hace preguntas y se cuestiona su capacidad de controlar una situación lo suficientemente límite como para ponerte en la papeleta de retenerte o dejarte llevar; guardar las formas o sucumbir al deseo. El angelito a la derecha, el demonio a la izquierda, susurrando. ¿A quién le hacemos caso?

Pues yo, pirata en tierra, rara vez pienso lo que digo o hago, así que lo más normal es que mi capacidad para ser fiel fuese de un -1 en una escala del 0 al 100. En cambio, cuando me tocó enfrentarme a una de esas situaciones, me controlé. Claro que no era el pirata de ahora pero... ¡lo hice! Supongo que nadie puede vivir totalmente ajeno a su moral. Tienes unos principios. Ni siquiera Alatriste era honesto (ni el más honesto, ni el más piadoso), pero tenía unos principios y creo que hasta el más pirata de los piratas es esclavo de sus propios principios. Y aún así, he sido infiel...

Qué razón tenía mi amiga. Qué despreciable es la condición humana cuando se la lleva al límite y se muestra como realmente es, sin fachadas, sin máscaras, sin maquillaje, sólo la verdadera cara que se esconde bajo multitud de "yo jamás" y "por vida de". Nunca digas "de este agua no beberé" ni "este cura no es mi padre", que como bien decía mi buen amigo Fernan, "qué sabe nadie". La situación lo es todo, el contexto, la atmósfera de tensión subyacente al momentazo en que las hormonas se disparan y el sistema neuronal deja de funcionar. Lo explico con un ejemplo:

La situación 1 es la situación ideal en la cual todo hombre honrado y leal (que no honesto) es fiel. Estás en Granada, en un pub, tranquilito, con tu chica cogida de la mano, tomándote una copa y una chica tremendamente atractiva te sonríe con esa mirada que los políticamente correctos llaman pícara y unos pocos llamamos lasciva. En esas circunstancias, el hombre se siente enormemente orgulloso de su chica, le toca la barbilla, le mira y le besa delante de la mala mujer que intentaba destruir esa unión tan bella que llamamos "amor" (ya sabemos de qué pie cojea el ser humano, no voy a venir yo hoy a sentar cátedra al respecto).

La situación 2 es la jodida. No estás en Granada, sino a 2.218 km de distancia de tu chica. No estás en un pub, ni tranquilito, sino más bien desfasando a tope sabe dios en qué antro. Evidentemente, no tienes a nadie cogido de la mano (quizás sí, a tu colega borrachísimo). Entonces una chica tremendamente atractiva te sonríe con esa mirada que los políticamente correctos llaman pícara y unos pocos llamamos lasciva. Luego, como estás sólo, se acerca a ti, te coje la mano y te deja unas llaves mientras te susurra al oído "habitación 529. Te espero despierta, no tardes..."

Me ahorro la explicación, no procede. Todo tiene un límite, hasta la perfectamente engrasada máquina humana tiene sus defectos de fábrica y salen a flote en estas situaciones. Así que no me quiero exceder más, suficiente llevo escrito. No pretendo que me perdones, tan solo que me entiendas y comprendas por qué pasó. Yo estaba sólo, sin ti, y te necesitaba. Día a día te necesitaba más y más, el deseo se empezaba a apoderar de mí y tú no estabas aquí. Ella sí. He crecido contigo, me he criado contigo, he pasado horas y horas contigo y juré no fallarte NUNCA JAMÁS; pero al final sí que bebí del agua y resultó que el cura sí era mi padre. Los mejores momentos de mi vida los he pasado a tu lado y no los olvidaré, te lo juro. Nunca olvidaré tus regalos. Nadie me ha dado mejores desayunos y meriendas. Nadie me ha dado ese placer indescriptible antes de irme a dormir. Con leche fría o caliente, no importa, lo importante eras tú, mi amor.

Sí, te fui infiel. Fui al EDEKA y compré la lata de Nesquik. Cariño mío, mi Cola Cao, sé que con él no tendré Baticaos, Coctelcaos, Karaokaos, Turbocaos ni ninguno de tus preciosos regalos. Sé que con él no tendré nunca grumitos flotando que se rompan en la boca esparciendo el cacao en polvo. No tendré al negrito del África tropical pero... me pudo el deseo. Espero que algún día puedas comprenderme y, quizás, no sé, podamos ser amigos...



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