domingo, 31 de diciembre de 2006

Una letra, una canción, un recuerdo.

¿Se puede caer más bajo? Más profundo, me refiero. Más hondo. Más dentro del jodido hoyo. ¿Se puede?

Se puede, sí. Pero no puedes ni tan siquiera imaginarlo. Un día te levantas, te miras en el espejo, y ves a una persona totalmente nueva. Ves el sol salir, y le miras con la sonrisa torcida. Porque así deben ser todas las sonrisas reales, las que surgen cuando la vida te ha golpeado lo suficiente como para saber de qué va esto. Sonrisas torcidas. No existe la felicidad plena y menos aún su sonrisa asociada, y por eso le sonríes al sol con el gesto torcido; pero le sonríes, ojo. Que no es poco. Entonces crees que eres un hombre nuevo, que puedes volver a caminar, que empiezas una nueva vida. Iluso de ti, depositas el cien por cien de tu confianza en dicho espejismo que algún día, cuando andes lo suficiente, atravesarás con rabia y despecho. Creíste que podías desafiar al destino; pero nació siendo un grandísimo hijo de puta y el paso del tiempo sólo le da más fuerza. Creíste, niño inmaduro, que podrías fugarte así como así. Descubriste, con la boca abierta y el rostro pálido como la mismísima muerte, que la vida no es Prison Break, tú no eres Scofield y los barrotes de esta celda son más gruesos y más duros. Creíste, ingenuo, que todo iba a cambiar de la noche a la mañana. Pero aquí las noches son más largas, y ni siquiera sabes si el sol saldrá mañana.

Para llegar a ese estado iluso e imaginario hizo falta creer que estabas fuera. Un ángel se encargó de ello, y no era un ángel cualquiera; era un ángel muy especial. Porque hay ángeles bellos, ángeles blancos, dorados, ángeles en el cielo cristiano y en el Olimpo griego, ángeles de la guarda, etc. Hay muchos tipos de ángeles, y entre todos ellos, destacan unos que se separan del resto porque un día concreto llegan a comprender, e intentan ir más allá de lo que les imponen. A estos ángeles se les expulsa, se les atan las alas o directamente se les cortan y se dejan caer desde su lugar de origen, renaciendo así en la tierra y mezclándose con el ser humano, el terrible ser humano. Un ser que los ángeles normales no pueden entender, pero que los expulsados comprenden a la perfección. Los ángeles caídos son dueños de una lucidez suficiente como para no ser engañados y enfrentarse a todo con sonrisas torcidas.

Con todo esto en mente, te empiezas a cuestionar si lo tuyo con los seres alados es pura coincidencia, puta coincidencia (que no es lo mismo lo uno que lo otro) o simplemente alguien quiere gastarte una inocentada a largo plazo. Porque ya conociste a un ángel antes. Y también lo habían expulsado. ¿Lo recuerdas? Claro que sí, cómo no lo vas a recordar. Te enamoraste de él. Tenía el brillo del sol, la oscuridad de la luna y las alas de una paloma. Le querías más que a tu propia vida; y le quemaste las plumas, ¿recuerdas? Tú, hijo de puta, le quemaste las plumas y casi le cortas las alas para siempre. A ella, que te dio las alas y la vida.

Ahora, pasado mucho tiempo, crees que todo acabó. Conoces a otro ángel que te saca de las brasas, aparece de la nada y con el desinterés que caracteriza a las pocas personas importantes en tu vida te da un motivo por el que luchar. Todo perfecto, ¿no?... ¿no? No, todo no. Un día rebuscas en el baúl de los recuerdos, en ese lugar que juraste no profanar para no desenterrar a los fantasmas enterrados. Rebuscas para abrir un poco tu alma al ángel caído y encuentras algo que no debiste encontrar. Una letra, un recuerdo. Un fantasma. Los recuerdos, como ya sabías, son fantasmas que si no se ahuyentan con criterio y lucidez, se ahogan con vino y mujeres. Criterio no has tenido en tu vida, y lo sabes. Lucidez, creías que tenías. Ya sabes que no. Plan B: ¿Mujeres?... déjalo, imposible. ¿Vino?... bien, me place. Así sea. Vino pues. Vino para olvidar, enterrar, ahuyentar, ¿verdad? No, vino para ahogar. Y ahora se te ha atragantado el vino a medio sorbo. Ahí tienes a tu fantasma, el fantasma de ti. “The ghost of you”, ¿recuerdas? Claro que sí. No es más que eso, un recuerdo, una letra. Una canción olvidada. Debiste suponerlo, joder, debiste temerle y respetarle, no era algo casual. Una canción así sólo vuelve porque aún le queda una cuenta por saldar. No es más que eso, una letra, una canción. Un recuerdo. Un fantasma.

Y los fantasmas son fantasmas porque no descansan en paz.


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sábado, 9 de diciembre de 2006

¿Una deuda?

Llamémosle "morriña", aún viviendo aquí y disfrutando a diario de sus encantos. Pero el paseo de la otra tarde por la Gran Vía a reventar de gente, la vista de Reyes Católicos tomada por completo, los cientos de personas andando por las calles como si fueran aceras cualesquiera y en general el ambientazo que había en mi Granada me han pasado factura. Creo que es más una deuda pendiente con mi ciudad que otra cosa, lo mínimo que puedo ofrecerle desde mi posición a cambio de los buenos momentos, los atardeceres en San Nicolás, las conversaciones sin fin en sus teterías, las cervezas, tintos y tapas de sus bares, las Cruces en Plaza de Gracia o bajo la Catedral... son demasiadas deudas pendientes como para saldarlas de golpe y porrazo; pero en ocasiones merece la pena intentarlo, ¿no?.

Pues nada, ahí va el intento. Como tantos otros. Como tantas veces.

"Con su costa tropical,
nada haría pensar
que andando en línea recta desde allí
se alcanzaría el más alto balcón donde
apreciar la costa norte marroquí.

Un pueblo, el blanco calado en su pared
y en su gente, catorce siglos de historia
que han visto pasar
la ciudad de unas manos a otras,
tan mora y cristiana,
así es mi ciudad.

No sé qué pudo pasar
pa nacer en tan bonita ciudad...
la más bonita ciudad.

Dime qué es el sur
sin hablar de sus calles,
de sus plazuelas,
sus bancos y aceras,
ambientes y bares.
Dime qué es el sur si no me cuentas
que sale la Alhambra en sus escenas,
con un embrujo que atrapa
canciones, amores y penas.
Que hablar del sur
sin hablar de Granada
es como no hablar de nada.

Que Andalucía son ocho provincias
lo sabe cualquiera;
la más bonita, Granada.
Le duela a quien le duela."


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