viernes, 27 de octubre de 2006

Michael Schumacher: el sucio, el tramposo, el mal piloto.

Pues bien, se acabó la temporada de F1.

Se acabó y lo hizo a lo grande, según la mayoría de los puntos de vista. Los de un lado, porque Fernando Alonso se llevó el segundo mundial a casa. Los del otro, porque Schumacher se despidió de la categoría en la que ha competido la friolera de 16 temporadas (unas completas, otras no). 16 temporadas que dieron mucho de sí, hasta el punto de hacerle ganar enemigos por doquier. Entre los aficionados, a nadie dejaba indiferente: el que no lo adoraba, lo odiaba.

Yo era uno de esos aficionados que no lo adoraba, no lo adoraba para nada. Por lo que sea, me jodía verle ganar, verle triunfar y dominar la categoría. Además, su primer mundial lo ganó a los mandos de un Benetton en 1994, el mismo año que murió Ayrton Senna. Eso me jodía todavía más. Él, más que nadie, había sido su relevo. Y era un sucio y un tramposo.

Sin embargo, cierto día me dio por entrar en un foro de F1. Un foro que era más una fuente de saber automovilístico que otra cosa. Ahora no es ni la sombra de lo que fue, pero sigue ahí, con un servidor entre sus moderadores. En ese foro, un día cualquiera, leí un post que me cambió completamente la visión de la F1 y, sobre todo, de Michael Schumacher. Me hizo pensar, y darme cuenta de lo afortunado que era por ver en directo al Kaiser, algo de lo que podré presumir dentro de 30 años.

Reproduzco ahora ese post, obra del forista APG Schuperes, que sabe Dios donde estará (como tantos otros buenos foristas de entonces). Gracias, compañero, por abrirme los ojos.


Título del topic: Esa animadversión recurrente, ¿a qué viene?

Como desgajando un poco el asunto de su origen en el topic de Suzuka, se me ha ocurrido una digresión respecto a la inquina que produce Schumacher en más de un seguidor. Y me he ido por la parra, como siempre. Sorry.

Yo, francamente, no entiendo muy bien esa animadversión recurrente que parece existir hacia Schumacher. Es curioso porque jamás he encontrado a nadie que pudiera agarrarse a mucho más que “lo de Jerez” y/o “lo de Adelaida” para tratar de desacreditar al exacampeón, de restarle méritos, de minimizarlo... Es lógico cuando no se tiene mucho a lo que recurrir. Es como destacarle el granito en la cara a la mujer cada vez que se lía una discusión por cualquier idiotez.

Me acuerdo de otra cosa. Sí, hay otra cosa: que es ¿un soberbio?, ¿es esa la palabra? y bla bla bla...

Ah... me olvidaba: y que exige “trato especial” allí donde va (Benetton y Ferrari, para de contar), que tiene la desfachatez de reclamar atención “personal” en justo reconocimiento (y recompensa) a su valía (demostrada, no producto del márketing o de intereses comerciales). ¿Con qué derecho? Repasad las clasificaciones de los últimos años: cuando Schumacher ha ganado... ¿cuántas veces ha sido segundo su “segundo”, el “segundo” piloto, el esclavo al servicio del dictador despótico? ¿El “segundo” corría con coche inferior? Otro ejercicio para que os entretengáis: ¿con cuántos puntos ha contribuido Schumacher y con cuántos sus “segundos” a la consecución de 5 títulos de Marcas consecutivos? ¿Y la proporción entre los pilotos de los equipos que han quedado por detrás? Veréis cuál es y a quién y cuánto corresponde el mérito real de esos títulos.

Sigo.

No sé a vosotros, pero a mí siempre me parecerá más escandaloso el teatreo de Austria 02 que cualquier toque que se os ocurra, de cualquier piloto y en cualquier época (¿salvo Japón 90?).

En realidad, sí entiendo esa animadversión. Suele ser producto del hábito de fomentar ciertas emociones competitivas para encontrarle utilidad al empeño que se puso en adquirirlas y fijarlas como “sentimientos”. Y todo para potenciar la propia pasión. Mal entendida, por supuesto.

Un rival al que despreciar (o menospreciar) es la otra cara de la moneda de la psicología fan. Es una regla básica, de manual: el héroe ha de tener su antihéroe, su doble oscuro, su oponente natural. Un “malo” contra un “bueno”. Más simple imposible. A eso juegan los niños en sus imaginaciones.

El héroe conflictivo, el que no esconde su parte en sombras, es un héroe a menudo más interesante que el simple héroe. Sabe, sin maniqueísmos a lo Bush, que alguna vez deberá matar por la espalda.

Ese es el espíritu de todos los grandes Campeones: el cuchillo entre los dientes y al abordaje.

Y ese es el espíritu de los grandes Campeones porque sólo ellos pueden mostrarlo, porque sólo son ellos, siempre unos pocos, los que luchan por inscribir su nombre en la lista de los privilegiados. Y si, para ellos, cada carrera es una guerra, lo raro sería que la libraran sin el menor roce, que no emplearan alguna triquiñuela, que no rebasaran el límite alguna vez. Todos.

Schumacher lleva 10 temporadas empleándose más que a fondo (por eso 2002 fue como fue: el mejor piloto tenía un coche de ensueño) y no creo que me lo podáis discutir. Que en ese tiempo hayan trascendido más sus trastadas que las del resto, sólo significa que él, como nadie, ha estado siempre, siempre, siempre en primerísima línea de competición. Eso no pueden decirlo muchos.

Sea como sea, no veo la menor justificación para el castigo que sufrió Schumacher en 1997, para la anatemización a que se le sometió por un toque gilipollas que, además, le perjudicó sólo a él (y diría lo mismo si se tratara de otro piloto). No ganar ese Mundial ya fue un castigo. ¿Qué se quiso demostrar con esa ejemplaridad? ¿Qué necesidad había de borrarle de la clasificación? Te tocas, te sales, la jodes. Y no hay más.

En toda la historia de la F1, no ha habido piloto más hundido en la miseria, más humillado que Schumacher. A nadie se le había estigmatizado tanto nunca borrándolo de la clasificación por defender, con imprudencia pero también con desesperación, lo que veía que se le escapaba. Yo pienso que, ya desde antes, se usaron muchos artificios para que Schumacher no dejara en ridículo a los demás carrera tras carrera, año tras año. Se le sancionó repetida y durísimamente en más ocasiones que a sus rivales. Y aún así fue y es Campeón. Una, tres, seis veces. Eso no puede decirlo nadie. Y él sólo preocupado por seguir trabajando, por volver y machacar y hacerles un corte de mangas a los que han intentado minarle una moral de granito.

Aunque tal vez ya sea tarde, esto no es en absoluto un alegato “pro-Schumacher”, Schumacher me importa un bledo, no hago hipótesis, sólo reflejo algunas de las pequeñas diferencias de medición y profundidad con que se han aplicado sanciones contra un piloto capaz de ridiculizar a cualquiera. Ya no tiene tanta garra, pero es un gladiador que pilota un cohete. Es un “operario especializado” –recupero un término que empleé tiempo atrás-, el piloto que más trabaja en la búsqueda de la armonía con la máquina que debe hacerle ganador (Senna era así).

Todos los pilotos suelen encontrarse con una máquina con la que se entienden o no. Schumacher entiende la máquina (como Senna), en una especie de “lo que hay es lo que hay” y le saca partido. Tres victorias, no lo olvidemos, en el año del debut de Schumacher en Ferrari, logradas corriendo con un coche ya diseñado sobre el que no tuvieron demasiado control Brown y compañía. Un Ferrari perdedor, tan perdedor al menos como los Ferraris precedentes, los de los últimos e infructuosos años, y, en cambio, tres victorias. Eso son manos, ¿o no? Si todos los elementos casan y las victorias se suceden (y acumulan), pues mejor. ¿No es eso lo que quieren todos, ganar, acumular victorias, ser Campeones?

El poder, la pervivencia en la posición dominante, genera adoraciones y odios. No lo podemos evitar. Pero pensemos una cosa: dos toques de mierda con los Campeonatos en juego, con el riesgo de ser el perdedor del encontronazo, son basura, chorradas. En un adelantamiento crítico, en un adelantamiento “de los que valen un Mundial”, el que va a ser adelantado, SIEMPRE cerrará la puerta con mayor violencia de la usual, incluso de la permitida. Si el que pretende adelantarle no se retiene e insiste en su intención de adelantar y ser Campeón él con una maniobra de cojones (además), el toque es más que probable. Ambos se juegan demasiado para facilitar las cosas al otro.

El que toca es el que más ha arriesgado. ¿Por qué la paga siempre el contrario, el que al menos durante tres curvas está en la obligación de convertirse en una mosca cojonera antes de darse por vencido si así ha de ser?

Poned que, de las 70 victorias de Schumacher, 10 son de churro y 10 de “porque lleva un coche que no veas” . Descontemos. Además de que muchos matarían –como quien dice- por contabilizar 20 victorias “de churro”, le quedan al alemán 50 victorias limpias, ¿sí? 50. El sueño imposible de miles de pilotos... en cualquier categoría del automovilismo. Y entre ellos, por supuesto, muchos de los que comparten parrilla con él los domingos a las 14h.

Pero ya, ya veo, lo destacable, lo importante, lo fundamental para entender la psicología profunda de ese alemán es que quiso echar de la pista a Hill y a Villeneuve (“por mis huevos que no pasan”). Es malo Schumacher. Es muy malo.

Ay...


Lo mejor de todo esto es que se escribió hace 3 años, y Schumi aún no había ganado el séptimo título mundial, ni había superado en “poles” a Ayrton Senna (tiene cojones que superara el record en el circuito donde murió Senna), ni tenía las 91 victorias con las que se ha retirado... en fin, muchas cosas para poner en un blog. Hasta siempre, Kaiser.

NOTA: Esta publicación se la dedico íntegramente a Paloma, la que ha sido mi niña durante tanto tiempo y ha aprendido y evolucionado tantísimo en la F1. Te prometo que veremos muchos GPs de Schumi juntos ;)



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miércoles, 25 de octubre de 2006

La más bella tragedia griega

No recuerdo bien mi última publicación. Sé cuándo fue, y sé lo que escribí, porque sigue ahí publicada. Pero no me recuerdo escribiéndolo.

Ha llovido mucho. No ha llovido lluvia, que buena falta haría; pero ha pasado de todo. Hemos tenido un añito fructífero ya que han salido bien las cosas académicamente hablando. Otras cosas no han salido tan bien, obviamente. Algunas, en concreto, no podían haber salido peor.


El sol le alumbraba de pasada sobre el borde del castillo de proa. La mañana, aunque nublada, empezaba a tomar color y el soldado se iba espabilando sobre los fardos que le habían servido de camastro tras la última guardia. Y lo de las guardias no era por gusto: hacía sólo dos días se habían topado con unas galeras inglesas que con muy malos modos les habían demostrado la poca simpatía que por ellos sentían. Les faltaron brazos a los esclavos para salir por patas, pero el viejo galeón español había sufrido graves daños en las velas y el costado. Por suerte, nada en los mástiles. Pero la velocidad de navegación era ahora mucho menor, y la amenaza de una nueva emboscada les hacía tomar precauciones como las guardias nocturnas.

‘Por fin tierra, compadre’ decía un camarada. Tras bordear el golfo de Cádiz y atravesar transversalmente el estrecho de Gibraltar, el viejo galeón se aproximaba al poco lujoso puerto de Motril, en la costa tropical granadina. Al poner los pies en el suelo, parecía como si la Tierra se moviera a traición, hecho el soldado al vaivén de la mar. Atrás quedaban las matanzas en la guerra. Dentro de poco también quedarían atrás los piojos, las chinches, la suciedad en todo el cuerpo. Pero antes había que llegar a Granada. No obstante, y teniendo en cuenta cómo estaba antes el soldado, el largo y tedioso viaje en barco y el aparatoso trayecto hasta Granada desde Motril no suponían nada, suponiendo que el final fuera el deseado.

El paisaje de su infancia otra vez ante sus ojos. Los interminables campos de olivos, los riscos de piedra desnuda, el sol traicionero de mediodía,... eran muchos los recuerdos que volvían a su mente. Había empezado una nueva vida y daría su piel por que todo llegara a buen puerto, por que todo lo malo de ese pasado que ahora le venía en forma de recuerdos jamás se volviese a repetir.

Anochecía. Las luces se vislumbraban a lo lejos, a veces tan cercanas que parecían ser alcanzables con las manos, a veces tan lejanas que parecían totalmente inaccesibles, a cientos de años luz de ese lugar. “El suspiro del moro” estaba lo suficientemente elevado y embrujado para permitir este juego de contradicciones.

Cuando el soldado se bajó del carro junto a la Catedral, los faroles de las calles daban haces de luz sobre los viandantes. Sobre los escasos viandantes, caída ya la noche sobre la ancestral ciudad de Granada, último reino nazarí, legado de los ocho siglos de cultura y existencia árabe en la región, con la Alhambra como testigo presencial de la reconquista católico-cristiana, los restos de los reyes reconquistadores en su Capilla Real, el palacio del emperador Carlos I de España y V de Alemania y la impactante Catedral renacentista de Diego de Siloé. Todo enclavado entre montañas, con el pico Veleta observando siempre desde las alturas.

Ciudad peligrosa donde las haya, de calles sinuosas y oscuras, no era muy recomendable andar a tales horas vagando en solitario. El soldado era dado en armas como obliga su profesión, y llevaba su espada militar al cinto, con la daga maltrecha de los últimos combates y un pistolete que le robó a un inglés. Este último, cebado y cargado, por si las moscas.

Y se dieron las moscas, vaya si se dieron. No tenía más remedio que pasar por ahí, por la Alcaicería, entre la Capilla Real y la cara izquierda de la Catedral. No había otro sitio. Y ahí mismo le asaltaron. Cinco hombres. ‘No es un buen momento, joder...’ se dijo para sus adentros. Y antes de que el embozado de más a su derecha iniciara lo que podría haber sido una interesante conversación sobre lo valioso que el soldado llevara encima, le descargó este el pistolete al pecho, a bulto y bocajarro, a lo seguro. No dio tiempo a que la pistola tocara suelo cuando ya tenía espada y daga y lanzaba estocadas largas de punta y a ciegas, buscando bulto como con el disparo, y dándose algo de holgura y espacio ya que el callejón de por sí lo hacía todo más difícil. Huelga decir que los asaltantes no eran menos, y buscaban el más mínimo hueco para lanzarle estocadas como diablos. Viéndose aviado, se agarró al clavo de los milagros y lanzó un tajo horizontal que fue a dar en la gorja del de más atrás. ‘Virgen Santa, a meter pies...’ se dijo, viendo que los dos asaltantes que cortaban retirada hacia la plaza de la Catedral estaban en el suelo (uno con un pistoletazo en el pecho; el otro con la garganta abierta en dos). Pero no era el día del soldado. No podía salirle bien la cosa, no sería típico de él. ‘Los milagros son para las obras de teatro’ le había dicho un camarada. Y ahora lo estaba descubriendo en sus carnes. El colega del pistoletazo en el pecho se había revuelto sobre sí mismo sacando la daga y provocándole un corte en el muslo al soldado que le dejaba sin posibilidad de retirada.

Ya se le venían los tres (el del pistoletazo tenía otro agujero más, este en la cara), y el muslo derecho le dolía a horrores. ‘Toca vender cara la piel, amigo’. Una estocada de punta muy baja, fallida. El de su derecha cerrándole con todo, el del medio con tajos a ciegas, el de la izquierda buscándole los riñones,... le quedaba poco. Un último pensamiento se le pasó por la cabeza: al toro. No lo pensó más. Puso la daga por delante, para dañar y cubrirse, y entrando a matar con la valentía fatalista de los toreros pasó de lado a lado al de su izquierda. Se revolvió y sacó la espada tajando de revés y abriéndole el pecho al del centro. ‘Pardiez, que sólo queda uno en pie...’. Sí, pero él ya estaba citado con la puta de la guadaña. En la estocada fatal al de la izquierda, el novato que tiraba a ciegas le había atravesado el coleto por el costado, el riñón perforado seguro, y el pulmón también por los silbidos que se escuchaban al respirar. Después, los silbidos fueron borbotones, burbujeo, la vista se le cansó. Perdió el equilibrio, pero tiró tres estocadas con sus respectivos golpes de daga, y en varias ocasiones sintió la dureza de los músculos y los huesos. ‘A la mierda todo...’. Apoyó la espalda en la pared de la Catedral. Intentaba respirar poco para posponer lo inevitable. La guadaña ya asomaba por el callejón, pero se negaba a aceptarlo. De alguna forma se sentía vivo, sabía que ninguno de los cinco hideputas habría sobrevivido; pero no podía acabar bien. El camino, la nueva vida. Los campos de olivos, el sol traicionero, el viento en la cara. Podía haber salido bien. Pero no fue así...

No fue así. Siempre la misma historia. No fue así y todo acabó digno del final de la más bella tragedia griega.


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